Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista Municipal de Santa Catarina
Había dos formas para llegar hasta el cañón de Santa
Catarina. Una de ellas por el antiguo camino a La Huasteca que iniciaba en
donde actualmente está una calle que divide a Gonher con De Acero en la zona
industrial de El Lechugal. Este sendero entroncaba con la calle Juárez y de
acuerdo a la tradición oral había muchas labores por los alrededores. El otro seguía por toda la calle Hidalgo hacia
el Sur. Al cruzar por la Culebra el camino polvoso de la terracería continuaba
a la par que la acequia repleta de agua y de plantas y árboles que crecían en
los alrededores. Conforme uno se acercaba a las montañas azules y grises, de
pronto aparecía un caserío bordeado por palmas. El río de los ancestros se
anunciaba con olor, ruidos y movimientos. La sensación del viento fresco y la
humedad impregnaba inmediatamente al peregrino. El camino seguía hasta tener a
la vista las dos cuevas: la de la Virgen y la del Guano. La acequia que venía
de El Palmar bajaba pegada al borde de la montaña. Los primeros charcos y
pequeñas lagunas que se hacían como una continuación del río. Mientras uno
seguía la marcha un conjunto de árboles cerraba el acceso, como si se
atravesara un túnel por el que apenas se asomaba el Sol. Lo mismo eran álamos,
anacuas, mezquites, pirules y ébanos. Quién diría que por este lugar tan
especial de pronto ocurrían venidas de agua, paradójicamente tan destructivas como repletas de vida. Ahora ya ni sabemos por
dónde va el río, pues con tantos trabajos de desazolve, tuberías, caminos improvisados y pavimento
cambian el cauce al antojo de los diseñadores de planos y constructores. La
primera gran inundación que sufrió la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de
Monterrey ocurrió el 14 de agosto de 1636.
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